Partiendo de Santiago de Tuna, oculto entre las montañas de la cuenca media del río Lurín, está el “Camino Abigeo”. La milenaria senda, por donde alguna vez transitaron los dioses de Huarochirí, ya tal vez no sea esa por donde huían los ladrones de ganado, pero ahora es un singletrack perfecto para robarles sonrisas a los enfermos del pedal.

La agreste sierra de Lima está llena de míticos caminos de herradura ahora olvidados, aquellos por los que andaron los dioses de Pachacamac y Huarochirí. Poco transitados, maltratados por las lluvias y el olvido de las comunidades, yacen allí en espera de quien quiera recorrerlos a pie, corriendo o en bicicleta de montaña.

Más abajo contaré cómo llegamos, pero lo central es que fuimos en bus desde Lima, unas 5 horas de camino y como siempre imposible dormir porque el bus va dando bandazos con todos los huecos de la pista por los lindos paisajes, los cernícalos, los campos de tuna, los picos nevados. Pero eso es intrascendente, nosotros hemos venido a hablar con los dioses de Huarochirí y a hacer historia. Esta historia, pero algo es algo.

Entonces aquí vamos, con el célebre Miguel Figueroa “Chasquibiker”, sobreviviente de múltiples competencias y otros periplos por esta sierra limeña, que conoce casi casi como la palma de su mano. El chino Víctor Robles y el tío Rocco Delucchi completan la comitiva, que estaba pronta a perderse pasar la noche por estos parajes.

Pariakaka, Apu de Huarochirí, anduvo errante y haraposo por estas zonas, en busca de una doncella que desposar*. En su periplo iba convirtiendo en piedra, haciendo caer lluvia roja y amarilla o piedras de nieve a todo dios, brujo o pueblo que se le opusiese. Nosotros no convertiremos a nadie en piedra, solo queremos tirarnos por esas sendas mágicas donde caminaron esos dioses, maniobrar esos angostos singletracks agrietados por la lluvia que cae cuando brama Illapa, el dios del trueno. Y sentirnos cóndores.

Ya estamos a las afueras de Tunma, rodeados de grandeza. Y, mientras alucinamos la ruta a la distancia, además de tener la certeza que yo me desorientaría fácilmente en este lugar, me es imposible dejar de preguntarme cómo toda esta riqueza paisajística y cultural podría ayudar a mejorar la vida, todavía con carencias, de las milenarias comunidades cercanas. La intrincada red de caminos y complejos arqueológicos prehispánicos que están desperdigados por aquí, bien lo valen.

Vamos bajando, nada nos detiene, excepto tramos del camino cortados por el agua. Con el sol y el viento en la cara, así andamos, y por si aparece Pariakaka, vestido como pordiosero, gorreando de comer, tenemos agua, fruta y barritas energéticas para invitarle, de repente nos convierte en piedra si nos negamos.

Y por no dejarle su ofrenda o pasar de largo sin verlo, Pariakaka quiso transformarme en piedra y quedé tirado como una; fue una distracción, no decidir si por derecha o izquierda y yo, pegándola de canchero, sin rodilleras, en el suelo, y con una herida que se infectaría al no poder lavarla esa noche, pues no llegaríamos a casa ese día. Pero eso todavía no lo sabíamos.

Un antiguo camino prehispánico ahora de pastores y campesinos, usado por ladrones de ganado y sabe qué cosa más. La línea del Camino Abigeo es definida, y por partes, mi suspensión traquetea por las marcas de las huellas de los animales en el barro seco. No es excesivamente técnica, ni de exagerada pendiente, pero sí muy fluida y con vistas increíbles.

Un poco de historia
Tunma ha sido habitada por los diferentes pueblos que en distintas eras impusieron su presencia en los andes centrales. Nombres de plantas, animales, cerros y algunas costumbres provienen de las etnias aymara, quechua y colla de Junín, Huánuco, Ancash, Pasco, Cajatambo y algunos distritos limeños de Yauyos**.

El Manuscrito de Huarochirí, ahora conocido como Dioses y Hombres de Huarochirí, narra la lucha del dios Pariakaka contra otros dioses y wakas de la zona, tal como le contaron al párroco de San Damián, alrededor de 1608, uno o varios pobladores”checa” de la etnia de Yauyos.

No es en Tunma donde se libran las luchas más trascendentes de Pariakaka, pero sí es escenario de diferentes partes de la mítica narración, que cuenta la ocupación original de estas montañas por pueblos yungas -de la ceja de selva-, que fueron invadidos por estos serranos yauyos guiados por sus wakas.
En una parte se relata el peregrinaje ritual que los “checa” realizaban bailando “taqui” y que transcurría desde Llacsatambo, su recién conquistada llacta en las alturas de San Damián, hasta Tunma, por el camino que Tutayquire -hijo de Pariakaka- había seguido, porque decían que, al caminar sobre sus pasos, “recibían su fuerza”. Llacsatambo existe y tiene un sector inca.
Parecía que solo era cosa de trepar un cerro o dos más y encontraríamos el singletrack hacia abajo, pero Pariakaka hacía estos cerros infinitos mientras crecía la maleza bajo nuestras ruedas y el papa inti se ocultaba, y nos dimos cuenta que no bajaríamos ese día: habíamos dejado de pedalear y caminábamos entre piedras cargando las bicicletas. El desvío a Cocachacra estaba arriba, lejos ya.

“El Camino Abigeo pasa por lo alto de la garita de Corcona, los que querían bajaban en Chosica o Chaclacayo, porque sigue hasta Huaycán y termina en San Gabriel, San Juan de Miraflores “, me cuenta el Nero por chat, alimentando las leyendas y las ganas de volver.

Cayó la noche
Aquí todo es mágico, las montañas, las lagunas, las piedras, son espíritus. Aquí caen lluvias rojas, soplan vientos huracanados, los hombres se convierten en roca, si así lo ordena Pariakaka. Y Pariakaka ordenó que nos quedáramos a dormir por aquí. No se qué quería enseñarnos, pero aprendimos que la amistad el Chino Víctor puede dormir sobre piedra y normal.

Mitad durmiendo, mitad despiertos, tapándonos con lo que teníamos, prendiendo fogata para calentarnos. A eso de las 6, chancados por la mala noche, vamos despertando, desayunamos y apenas el sol nos abrazó con su energía, emprendimos la bajada que más parecía una variante de escalada, entre piedras, cargando las bicis.

Rocas como peldaños para gigantes, la maleza crecida y arbustos con espinas, nos dificultaban avanzar. Definitivamente por aquí no camina nadie. Ni Pariakaka. Concentrados en evitar dar un mal paso y convertirnos en piedra, vamos despacio. Nos tomó más de una hora llegar hasta abajo. Fue un buen calentamiento para lo que venía.

El lecho de una quebrada seca, suelo de arenisca y cantos rodados, por la que discurría un riachuelo, nos recibió abajo, un terreno difícil de ciclear pero nos permitió avanzar por tramos, aunque el cansancio se sentía, y mi pierna, llena de tierra y quemando por la caída del día anterior. Queríamos llegar.

“Que quede claro que aquí nadie se ha perdido, todo el tiempo hemos sabido dónde estamos, simplemente la idea era ver si el camino por ahí nos llevaba hacia donde queríamos, pero parece que por ahí no es la bajada a la carretera a Antioquía”, sentencia el Nero Chasqui y no se diga más. Todos movemos la cabeza como en video de hip hop o como perrito de taxi, como quieran.
Hambrientos, sedientos, enterrados y, seguro, con el look harapiento de Pariakaka cuando llegaba a las comilonas de los pueblos que lo desconocían y ni agua le daban -luego hacía llover con tal furia que todos terminaban en el mar-, así llegamos, a eso del mediodía, a Nieve Nieve, directo a almorzar, sacarnos la tierra de los zapatos y limpiarme la herida que se infectaría días después en Lima, poniéndome la pantorrilla como camote. Pedidos de rescate rondaron nuestras cabezas pero finalmente regresamos pedaleando… hasta Lima.

Unas semanas después volvimos a hacer esta ruta, nuevamente con el Nero y con Christian “Coti” Escobar, Frabricio Calderón, Gino Alfaro y otra gentaza, esta vez fuimos en auto, temprano, salimos por Cocachacra, como planificado. Queda pendiente encontrar esa salida al río Lurín, si así lo ordena Apu Pariakaka.

Cómo llegar: Fuimos en bus, así que para agarrarlo nos juntamos 5 a.m. por San Borja. Luego de una calentada, entramos por Salamanca hacia el sitio de donde parten los buses a Cocachacra. Eran las 6 y el bus recién partiría a las 7, aprovechamos en desayunar algo de los panes con queso y jamón que tenía. Llegamos a eso de las 11 a.m. a Cocachacra, donde terminamos de llevar algunos fiambres para la cleteada y demás. Y así empezamos a subir hacia Tunma, donde llegaríamos como a mediodía.

*De “Dioses y Hombres de Huarochirí”, manuscrito quechua del siglo XVII escrito por el sacerdote católico Francisco de Ávila (1573-1647), quien trabajó en la empresa de la extirpación de idolatrías durante la Conquista. Escuchó estas historias en quechua y las transcribió en ese mismo idioma, y las llamó “Tratado y relación de errores, falsos dioses y otras supersticiones y ritos diabólicos”.
**Según José María Arguedas, quien tradujo el libro del quechua en 1966.